lunes, 17 de octubre de 2016

CAPÍTULO 9

EL ÚLTIMO SOBRE ROJO
David seguía trabajando en Granada, su año de sustituciones estaba a punto de concluir, estaría unos meses de vacaciones y después le trasladarían a una provincia de forma permanente. Durante ese periodo de vacaciones, él podría desarrollar su proyecto, reuniría a siete personas en una cabaña en un rincón perdido de Almería y allí cada uno debería pasar una prueba. Si el elegido supera la prueba de su pecado, quedaría en libertad, sino moriría y quedaría marcado para siempre.
Apenas le quedaba una semana de estancia en Granada y David aún no había mandado el sobre rojo a Esther, la chica empezó a despertar de su pereza cuando le conoció, pero él no quería influir en ella y tampoco sabía si ahora iba a recaer. Tenía confianza en ella y sabía que podía pasar la prueba, pero tenía miedo de que no fuera así y la chica muriera.
Con esos pensamientos en su cabeza, David empezó su día en el hospital. Justo después de comer, vio llegar la ambulancia. Sacaron a una anciana en camilla, al parecer iba inconsciente con ella iba una chica joven, bastante preocupada, la sorpresa para David llegó cuando se dio cuenta de que la joven era Esther:
- ¡David, ayúdala por favor! –dijo la chica mientras David entraba en la sala de urgencias con sus compañeros y con la abuela de Esther.
- Tranquila, está en buenas manos –dijo el doctor guiñándole el ojo a la joven.
Tras una larga espera para Esther de unos veinte minutos, David y sus compañeros salieron de la sala, dejando a la paciente sedada y estable:
- ¿Qué ha pasado? –preguntó David a Esther.
- He llegado a casa y la encontré en el suelo, creo que se confundió con las pastillas, tiene Alzheimer, por eso no me gusta dejarla mucho tiempo sola, ¿está mejor? –preguntó la joven preocupada.
- Sí, le hemos hecho un lavado de estómago, ahora debe descansar y pronto podrá volver contigo a casa –le contestó David.
- Gracias por todo doctor –la chica entró a la habitación con su abuela sin decirle nada más a David.
David se quedó allí plantado observándola a través de los cristales. Pensó que para la chica ya no significaba nada, aunque solo hubieran pasado un par de semanas, pero así era mejor, de esa forma podía mandarle el sobre sin que le afectase tanto.
La anciana se quedó esa noche en el hospital y Esther se quedó a su lado toda la noche. David esa noche no trabajaba, pero también se quedó allí, de vez en cuando pasaba por el pasillo y veía como Esther dormía, si la chica se hacía algún movimiento, él abría su carpeta de informes y leía disimulando.
Por la mañana temprano, David llevó el alta a la mujer y estuvo hablando con ella:
- ¿Cómo se encuentra? –preguntó David.
- Mejor, ¿ya nos podemos ir a casa? –la mujer comenzó a vestirse.
- Sí, descanse y tome la medicación cuando esté su nieta en casa, así no se confundirá más –dijo David a la anciana.
- No se preocupe doctor, yo cuidaré de ella, no tengo nada mejor que hacer, no se volverá a quedar sola –dijo Esther mirando a David de forma desafiante.
David le dijo que la acompañara un momento y la llevó a la esquina de la habitación, donde la anciana no podía oírles:
- Esther, ¿has pensado en meter a tu abuela en un centro?, estaría bien cuidada, se relacionaría con más gente y tú tendrías libertad para hacer tu vida, puedes ir a verla siempre que quieras –comentó David a la chica.
- No te preocupes David, ya has hecho suficiente por mí, sigue tu vida y deja que yo viva la mía a mi manera. ¡Vamos abuela, nos vamos a casa! –la joven se acercó a su abuela y la cogió del brazo, saliendo justo después de la habitación sin mirar atrás.
- ¡Hasta pronto, Esther! –murmuró David, sin saber siquiera si la chica le escuchó.
David observó a la joven salir con su abuela. Justo en la puerta, Esther se paró, miró a David como queriendo decirle algo, pero siguió adelante, David solo le hizo un pequeño gesto de adiós con la mano.
Minutos después, David volvió a casa, se duchó y comenzó a redactar la carta para Esther. Por su culpa la chica había recaído de nuevo en la pereza, en dejarse llevar y no vivir, eso no podía perdonárselo a él mismo, él quería que cambiaran que valoraran sus vidas, no hundirlos:
Estimado Srta. D. Esther Fernández, tengo el gusto de invitarle al evento más esperado del año. Le informo de que usted es una de las siete personas elegidas para asistir a este innovador proyecto. Durante ese fin de semana podrá comprender lo importante y necesario que es vivir. 
P.D: Quiero que me perdones por haber entrado en tu vida, pero solo quiero que entiendas que vales más de lo que crees. Por favor no faltes.
Ver dirección, día y hora al dorso.
David cerró el sobre con lágrimas en los ojos, lo roció de perfume, quizás le echo más que normalmente y se dispuso a llevárselo a Esther.
Cuando llegó a casa de la abuela de la chica, pensó en tocar a la puerta y dárselo en mano, pero no quería verla, tenía tantas ganas de besar esos labios, de acariciar sus suaves mejillas que no iba a poder contenerse, así que lo metió por debajo de la puerta de la casa y se fue de allí lo más rápido posible.
Esther fue a tirar la basura cuando pisó un extraño sobre rojo, lo cogió y olía tan bien que pensó que era publicidad de una perfumería. Cuando lo abrió y lo leyó, exclamó: ¡David!, abrió la puerta y salió corriendo, pero allí no había nadie.
La chica pensó, que tenía que llegar al fondo de la cuestión, ¿qué era eso de siete elegidos?, ¿qué escondía David?, lo que estaba claro, es que a ella le gustaba ese hombre y estaba dispuesta a acudir a la cita para responder a algunas de las preguntas que tenía.

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